Educar en la era de la Inteligencia Artificial: del falso debate a la adaptación crítica
Eje temático Cultura digital y educación
Autoras/es Bosovich Yanina, Brandán Ailén, García Macarena, Guardia Vigano Milena, Sassi Hernán
- Correo de referencia hernan_sassi@yahoo.com.ar
- Ciudad / Distrito y Región Educativa: Avellaneda, Buenos Aires, Argentina
- Institución educativa involucrada Instituto Superior de Formación Docente N° 1 “Abuelas de Plaza de Mayo” – Avellaneda, Buenos Aires
Resumen
Este trabajo reflexiona sobre los desafíos que la Inteligencia Artificial (IA) plantea a la educación contemporánea y la necesidad de una adaptación crítica frente a su presencia inevitable en la vida cotidiana. Se analiza el pasaje de una tecnofilia acrítica, representada por políticas de inclusión digital, a una tecnofobia que busca restringir su uso, proponiendo en cambio una mirada docente capaz de integrar la tecnología de manera reflexiva. Se destaca el rol del profesorado como mediador cultural, encargado de enseñar a formular preguntas, desarrollar pensamiento crítico y promover un uso creativo de las herramientas digitales, más allá del simple copiar y pegar. Asimismo, se subraya la importancia de transformar las prácticas de enseñanza y evaluación, orientándolas hacia la interpretación, el análisis y la construcción colectiva de conocimiento. En este marco, la IA se concibe no como una amenaza, sino como una oportunidad para recuperar el valor de la cultura del esfuerzo y fortalecer la formación de estudiantes autónomos, críticos y comprometidos con el saber.
Palabras clave inteligencia artificial, cultura digital, educación, pensamiento crítico,
tecnología educativa
Educar en era de la Inteligencia Artificial del falso debate a la adaptación crítica
En la actualidad, persiste una visión fragmentada que coloca a la educación y a la informática —especialmente las nuevas tecnologías— como campos que solo se cruzan de manera forzada. Desde hace meses, se plantean debates sobre si debemos adaptarnos o no a la Inteligencia Artificial, como si su incorporación dependiera de una decisión voluntaria. Sin embargo, esta pregunta parte de una premisa equivocada: la IA, al igual que las tecnologías digitales en su conjunto, ya forma parte del presente. Pretender decidir si la usamos o no resulta tan absurdo como discutir si debemos valernos de la electricidad o de Internet. El verdadero desafío no es su incorporación, sino cómo habitamos este nuevo ecosistema que parece peligroso incluso para los desarrolladores de la Inteligencia Artificial, quienes en 2024 escribieron una Carta Abierta con advertencias sobre la pérdida de empleos y hasta del control que esta innovación acarrea.
En educación, respecto de esta decisión, como buena parte de los países (de la región y no solamente), hemos adoptado dos actitudes. Pasamos de la tecnofilia, cuyo ejemplo emblemático es la política de inclusión digital impulsada por el programa Conectar Igualdad, que supuso una integración acrítica de la tecnología según los vientos de época que corrieron desde que Negroponte auguró el advenimiento del “Ser digital”, a la tecnofobia, cuyo último ejemplo podría ser la regulación del uso del celular en las escuelas de CABA, una política que expresa el miedo a que el celular acapare la atención de un modo desmedido.
Como señala Flavia Costa (2023), la cuestión central no es permitir o prohibir, sino definir la mirada que adoptaremos como docentes: una mirada abierta, capaz de integrar críticamente las herramientas digitales, o una mirada cerrada, que intente limitar un uso que los estudiantes continuarán haciendo de todas formas. La función del docente no puede reducirse a frenar o ignorar, sino que debe guiar: enseñar a formular preguntas precisas, desarrollar pensamiento crítico, y evitar el simple copiar y pegar para dar lugar a un diálogo inteligente y creativo con la tecnología.
Esta perspectiva se enlaza con el planteo de Carmen Herrero (2019), quien advierte que la sola presencia de dispositivos en el aula no garantiza mejoras en el aprendizaje. Los textos digitales tienen propiedades específicas —interactividad, multimodalidad, hipertextualidad y capacidad de reutilización— que transforman las prácticas de lectura y escritura, y que exigen repensar la enseñanza más allá de “trasladar” el modelo analógico al entorno digital. Además, la tecnología no es neutral: las plataformas y aplicaciones responden a intencionalidades y lógicas de diseño que moldean la forma en que pensamos, interactuamos y producimos conocimiento. Por eso, el reto no es “usar” tecnología, sino integrarla con una reflexión pedagógica que forme a los estudiantes en la lectura crítica deentornos digitales.
En este marco, también la evaluación necesita transformarse. No puede seguir anclada en la verificación de memoria o repetición de datos. En la era de la Inteligencia Artificial, evaluar significa medir la capacidad de formular preguntas pertinentes, interpretar la información, filtrarla y aplicarla de manera creativa y reflexiva. La evaluación deja de ser un simple control de contenidos para convertirse en un espacio que valora pensamiento crítico, resolución de problemas y autonomía intelectual. En este contexto, la Inteligencia Artificial nos retrotrae a un escenario que lleva siglos y que la escuela enciclopedista no buscó recuperar. La Inteligencia Artificial recopila la doxa, esto es, el discurso que repetían sofistas y hoy repite el vulgo, usuarios, docentes y estudiantes. El desafío socrático es saber hacer preguntas para trabajar sobre la episteme, el verdadero saber. Esto nos fuerza a repensar nuestra práctica como docentes: el modo en que preguntamos a la IA definirá si realmente la usamos como herramienta (como lo fuera la enciclopedia otrora) para incrementar el conocimiento y ejercer, gracias a ella, el juicio crítico.
En esta línea, puede resultar iluminador traer a colación el relato “La última pregunta” de Isaac Asimov. Allí, la humanidad, en su dependencia creciente de las máquinas, reitera a lo largo de los siglos una misma inquietud sobre el destino del universo, hasta que finalmente la inteligencia artificial logra responder cuando ya no quedan seres humanos que puedan escucharla. La metáfora es potente: cuanto más delegamos en la IA la producción de respuestas, más peligra nuestra capacidad de sostener la pregunta. Si el desafío socrático consistía en distinguir entre doxa y episteme, el desafío contemporáneo radica en no perder la práctica de interrogar, de ejercitar la duda y de apropiarnos del sentido en lugar de cederlo por completo a la máquina. En educación, entonces, el riesgo no es tanto que la IA “piense por nosotros”, sino que los sujetos dejen de ejercitar el pensamiento crítico porque las respuestas inmediatas parecen volver innecesaria la búsqueda.
Hija de la “sociedad de la información”, que vino a desplazar a la “sociedad del conocimiento”, la IA solo comparte información y suele estar programada para darte la razón, en lugar de generar preguntas y debates. Es tarea nuestra volver a comprometernos con el saber. Como docentes de Lengua, ese compromiso supone brindar herramientas para fortalecer las prácticas del lenguaje en función de incrementar el conocimiento, tanto de géneros textuales y de áreas específicas de la literatura, como de cultura general. El desafío tiene que ver más con lo humano que con lo tecnológico. Allí está el verdadero desafío docente encontrarle sentido a la formación, volver a recuperar el valor de la cultura del esfuerzo (que supone el estudio). Sólo así el conocimiento volverá a valer la pena y los/las estudiantes se comprometerán con las tareas, sin dejar de “cortar y pegar” (de copiarse, bah) como se hizo siempre desde que existe la escuela, pero con la diferencia de que hoy la copia ya no pasa inadvertida: puede detectarse con programas antiplagio, con el mismo ojo crítico del docente y, sobre todo, con el contraste entre lo producido por la IA y lo trabajado en clase. La cuestión, entonces, no es negar que los alumnos copian, sino enseñarles a distinguir entre un uso mecánico y uno reflexivo de la tecnología. Allí está el verdadero desafío docente.
Por ejemplo, en el área de Lengua y Literatura, se puede utilizar la Inteligencia Artificial para que los estudiantes comparen diferentes versiones de un mismo texto (como una leyenda tradicional y una versión digitalizada o adaptada en redes sociales) y reflexionen sobre cómo cambia el sentido según el soporte. Otro ejemplo sería pedir a la IA un resumen de una novela trabajada en clase, y luego invitar a los alumnos a detectar errores, omisiones o simplificaciones, desarrollando así lectura crítica y capacidad de contrastar información. En Ciencias Sociales, se puede plantear que los estudiantes consulten a la IA sobre un hecho histórico y luego lo confronten con fuentes académicas, para discutir la fiabilidad y sesgos de las respuestas. En Matemática, la IA puede ser usada para resolver un problema, pero el docente puede orientar a los alumnos a analizar paso a paso si el procedimiento es correcto, identificando posibles fallos y reforzando la comprensión conceptual. Resulta clave fortalecer la confianza del docente en su rol, reafirmar su papel como mediador cultural y guía intelectual, que no se limite a usar herramientas digitales sino que también las interroguen, contrasten y tensionen con otros saberes y experiencias. Estos usos permiten que la tecnología no quede reducida al “copiar y pegar”, sino que funcione como disparador de análisis, diálogo y reflexión. De esta manera, los estudiantes aprenden que el valor no está en la respuesta inmediata, sino en la interpretación y en la construcción colectiva de conocimiento, para la cual es menos impedimento la IA que la falta de confianza en la escuela como institución que contribuye a forjar el propio destino. Consideramos valiosas estas jornadas de reflexión sobre el rol que nos compete como educadores en la digitalización de la cultura. Es un paso adelante luego de años de haber adoptado una posición acrítica. Ese paso adelante se refrenda en los nuevos diseños curriculares de los profesorados en los cuales, además de mantener cursos abocados al estudio de las transformaciones que supone la nueva “Era digital”, se agregan materias específicas que ahondan estos abordajes (por ejemplo, “Literatura, juventudes y cultura digital” en el Diseño del profesorado de Lengua).
Este país cuenta con intelectuales que vienen estudiando haces décadas el nuevo ecosistema tecnológico desde una mirada crítica. Consideramos imprescindible valernos de sus aportes. Hasta ahora, en educación sólo nos hemos valido de especialistas en informática, profesionales que conocen los “fierros”, esto es, entornos, aplicaciones y programas, muchos de los cuales nos son útiles en el aula. Ahora bien, ellos nos aportan su experiencia en un campo que desconocemos, pero que no tienen una mirada que ponga el foco en las implicancias culturales y sociales del uso de la tecnología. Sopesar pros y contras nos parece imprescindible. Para quienes diagraman políticas públicas, sugerimos abrir el espectro y nutrirnos, entre otros, de Christian Ferrer, Flavia Costa, Margarita Martínez, Paula Sibilia y Miguel Benasayag.
Bibliografía
Asimov, I. (1996). La última pregunta. Science Fiction Quarterly.
Benasayag, M. (2015). El cerebro aumentado, el hombre disminuido. Buenos Aires: Paidós.
Benasayag, M., & Pennisi, A. (2024). La inteligencia artificial no piensa, el cerebro tampoco.
Buenos Aires: Prometeo.
Educ.ar. (2023, 7 de septiembre). Diálogos para reinventar las aulas, con Flavia Costa.
Educ.ar. Enlace
Ferrer, C. (2012). El entramado. El apuntalamiento técnico del mundo. Buenos Aires:
Ediciones Godot.
Herrero, C. (2019). Escritura digital: Estrategias de enseñanza-aprendizaje en entornos
digitales. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y Centro Nacional de Innovación e
Investigación Educativa.
Martínez, M., & Sarchman, I. (2020). La imprevisibilidad de la técnica. Rosario: UNR Editora.
Negroponte, N. (1995). Ser digital. Buenos Aires: Atlántida.
Sibilia, P. (2005). El hombre orgánico: Cuerpo, subjetividades y tecnología. Buenos Aires:
Fondo de Cultura Económica.
Sibilia, P. (2015). Tecnoceno: Algoritmos, biohackers y nuevas formas de vida. Buenos
Aires: Taurus.o